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El huracán Isidoro y la perpetuación del desastre en Yucatán

Page history last edited by Víctor Fernández 6 years, 11 months ago

El huracán Isidoro y la perpetuación del desastre en Yucatán

o la instauración de deseos liberales

 

17, Instituto de Estudios Críticos

Víctor Fernández

Introducción

Vivimos sin preocuparnos de la fragilidad de nuestro entorno, después del trabajo vamos al supermercado a comprar algo que falta en la casa, tal vez escuchando un poco de música en el camino para relajarnos, mientras andamos adentro del coche vemos las cosas pasar por el panorámico, como si estuvieran casi quietas; ya es normal el viaje en el tiempo que realizamos en comparación con el transeúnte que va a pie. Esos pobres que van a pie, tal vez tengan que comer algo en el camino, para no perder más tiempo al llegar a casa y disfrutar lo que quede del día frente a una pantalla. Y se cree que todo marchará igual, en el próximo día, el próximo mes, el próximo año, sin muchas diferencias, al menos no muy graves, quizás un cambio de trabajo, o un nuevo amor, uno finalmente se las arregla para salir adelante. Al menos así parece que sucede en Mérida, Yucatán, uno de las ciudades y los estados más seguros de México, que vive un desarrollo económico relativamente acelerado en los últimos años.

            EL crecimiento urbano opaca los daños de la última catástrofe,[1] la que se causó durante el huracán Isidoro. Y quiero subrayar la catástrofe que “se causó durante” y no que “fue causada por…”; pues es necesario a veces detenernos en estas pequeñas cosas que parecen ya no asolarnos, o parecen haber pasado y no tener ya mucha importancia. Y es que pocos lograron percibir que el daño “ocasionado” por el huracán no sólo destruyó gran parte del territorio, sino que deconstruyó las mismas nociones de  “vulnerabilidad” y “desarrollo” que tanto el gobierno como la población dan como estables. Así en este ensayo exponemos en un primer momento, de manera teórico crítica, nuestra postura deconstructiva y ecológica, y posteriormente analizaremos los alcances del huracán Isidoro (sus recepciones y consecuencias) y los discursos del estado, para mostrar los deseos inestables sobre la que continuamos construyendo nuestra cotidianidad yucateca.

 

El ecología como texto y la urgencia de metáforas no humanas

Timothy Clark en Towars A Deconstructive Enviromental Criticism, señala el marco de injusticia sobre el cual se desarrollan los estados contemporáneos, en tanto que no se encuentran representados en ellos el futuro de los no nacidos.[2] Los gobiernos democráticos no tienen en consideración las futuras generaciones que están por venir, las cuales inevitablemente tendrán que confrontar las consecuencias de las decisiones tomadas ahora, entorno al cambio climático. Las consecuencias por el crecimiento desmedido de las ciudades contemporáneas, constituyen una acumulación de efectos y daños colaterales que sobrepasan las expectativas políticas y económicas liberales. En este sentido vivimos en un estado de injusticia sistemática normalizada, pues las tomas de protesta parecen ser neutralizadas por el cinismo consumista. La crítica es difícil de ser asumida sin pasar por el mismo espectro de la política económica capitalista globalizada; las soluciones a la acumulación de CO2, el daño a la capa de ozono, la erosión de la tierra, etc. son aparentemente cubiertas con la inversión en la producción de más tecnología ecológica, o la elaboración de productos eco-friendly; lo que equivale a querer cubrir el sol con un dedo. En este sentido, la ecológica crítica surge como herramienta para deconstruir la tradición sobre las que se inscriben estas políticas económicas, y proponer nuevas percepciones que abarquen una perspectiva más amplia del entorno.

            Un principio fundamental para la crítica, que retoma Clark de David Wood, es aceptar “el fin de la externalidad”, que significa aceptar que las consecuencias de los actos humanos no pueden ser desechados y olvidados en un espacio otro. Así Clark apunta:

 

La realidad humana primaria se convierte cada vez más en un entorno de accidentes heredados y acumulados, efectos secundarios y repercusiones a largo plazo. Vivir en un espacio en el que se han disuelto las ilusiones de la externalidad es observar la lenta erosión de distinciones entre el vertedero de residuos sanitarios y el conjunto habitacional, entre el aire y el sumidero, entre la camino abierto y un estacionamiento para coches, y entre la afluencia autocomplaciente de un suburbio londinense y una aldea inundada en Bangladesh.[3]

 

Esta postura pone en duda todo consumo y propiedad, en tanto que estas implican la contaminación y destrucción de otros espacios que no son propios. La externalidad asimilada en las políticas liberales, consisten en negar la invasión de espacios que no son propios, con la expansión de las ciudades y la acumulación de sus consecuentes desechos, fundamentados en la idea romántica de que la tierra es infinita en recursos para el hombre. La interioridad así queda resguardada en los hogares y las ciudades, mientras que los desechos de esta misma interioridad se eliminan, sin importar la contaminación o daños que acarreen a otros. Una postura ecológica crítica tendría que señalar no sólo como los desechos no desaparecen, también tendría que proponer políticas culturales y de interacción social que desarrollen e incorporen una dimensión futura como espacio de responsabilidad y de contestación.[4]

            Habría que superar el estado ideológico individualista exacerbado en el capitalismo globalizado y desarrollar un discurso que desarticule las nociones estratificadas como “humanidad”, “propiedad”, “libertad” y “naturaleza”, que no dejan de estar emparentadas con intenciones e interacciones de “poder”, “dominio”, “violencia” y “contaminación”. Esto implicaría resaltar la inconveniencia de discursos tanto literarios y artísticos como políticos y culturales, que aún favorezcan las nociones individualistas del liberalismo. O incluso de manera más radical, tendríamos que considerar nuevas formas de subsistencia y de interacciones comunitarias, que no perpetúen la producción y el consumo de productos y propiedades, que por principio deberían ser reconocidos ya como basura acumulada.

            El liberalismo perpetúa una modernidad tecnológica en la que cada individuo puede alcanzar su sueño de libertad, si obedece las leyes de consumo y producción. Así el sueño de criar una familia, tener independencia, comprar una casa y un auto, se siguen propagando como si fuera el deseo natural al ser humano. Pero ese deseo es ya insustentable e insano, lo que se ha provocado como consecuencia de ese sueño liberal es una acumulación exacerbada de productos, inmuebles y automóviles que, contraria a la libertad esperada, ocasiona hacinamiento, insalubridad, contingencia ambiental y delincuencia. Lo peor es precisamente que la propagación de estos idealesha llegado al grado de normalidad, haciendo casi imposible de señalar la patología social. La normalización de una cultura del supermercado,[5] en el que las personas sueñan no sólo con consumir sino con ser productos consumibles, impide la asimilación de otra forma de humanidad que no sea estéril, y digo específicamente esta palabra porque lo que se reitera es la idea de un individuo pulcro, particular, que sigue su voluntad de egoísta; aunque en el fondo y en la superficie no haya más que un sujeto atiborrado de publicidad y productos, en espera de “un mañana diferente”. Timothy Clark en su análisis de la obra Waiting de Will Self, señala como la congestión se ha vuelto involuntariamente el dominio medioambiental del hombre por el hombre; a las personas simplemente lo que les queda es esperar a que en algún momento el congestionamiento pase, mientras disfrutan de los beneficios de estar tecnologizados; sin darse cuenta que su libertad está completamente mediatizada.

 

La propiedad del automóvil es parte de la ideología del sujeto neoliberal: ir a donde quieras cuando quieras, todo en tu acogedor espacio privado. Es el icono y promulgación de una noción estrecha de la libertad individual […] El automóvil es “una ideología sobre cuatro ruedas”. La congestión del coche privado pone de relieve cómo una estrecha idea liberal de “libertad” se aprisiona por su propia incoherencia como un ideal ilimitado dentro de un mundo finito […] La congestión, con todo lo que representa, se convierte en una efectiva deconstrucción de la noción de subjetividad individual liberal que se promulga. La persecución obsesiva de Jim por el espacio libre y su denigración a cualquier persona en el camino como un simple “waiter” afirma una psique totalmente estructurada en el deseo por el mismo sistema que pretende desafiar y superar.[6]

 

Los signos de “libertad” liberal son deconstruidos por sus propias representaciones, paradójicamente la libertad como promesa de una mayor movilidad, deviene en estancamiento; y lo mismo podríamos decir del consumo, le promesa de una mayor autonomía o versatilidad a través de la obtención de objetos deriva en una acumulación desmedida y abulia; o en los aparatos digitales, una mayor posibilidad de comunicación con otros deriva en aislamiento. Es la paradoja que señalaba Boudrillard sobre los fenómenos extremos, que ocurren más allá del fin, llegando a la metástasis. “Refrendan el fin, marcándolo por exceso, hipertrofia, proliferación y reacción en cadena; alcanzan la masa crítica, excedida la fecha límite crítica, a través de la potencialidad y exponencialidad”.[7] Una crítica ecológica estaría encaminada a señalar éstas y otras paradojas, en las bases de la política cultural contemporánea, desde el funcionamiento de sus propios discursos. En otro sentido, deconstruir ecológicamente sería mostrar la fragilidad del “humano” en su propia interacción ambiental, mostrar que no hay humano sin mutación, humano sin inhumanidad.

             La dicotomía interioridad y exterioridad está rota, no hay consumo sin consecuencia, no existe tal cosa como una acción aislada en tiempo y espacio; nuestro ambiente no es distante de nosotros, no es ni siquiera nuestro, sino siempre de otros miles de organismos no humanos; la objetividad es apariencia de una perspectiva limitada a observar determinados parámetros preestablecidos, que no sería otra cosa distinta que fijar signos a estructuras inamovibles. La deconstrucción propone por el contrario aceptar la textualidad en la que fluyen los signos, abierta a malas interpretaciones, yuxtaposiciones, transgresiones, etc., a ver interacciones inesperadas en los mismos signos y sus tradiciones. Tal como señala Timothy Morton en Ecology as Text, Text as Ecology, “’Texto’ es precisamente la palabra para este tejido fractal de los límites que se abren a lo ilimitado”; [8] desde esta perspectiva podemos pensar que las nociones mismas con las que construimos nuestro ambiente o entorno “social” o “natural” son a fin de cuentas signos que están en interacción con otros signos, que reaccionan, en mayor o menor medida, a una tradición metafísica. Pensar el medioambiente como un texto, es pensar que sus interrelaciones son mucho más abiertas que las escritas incluso por la ecología tradicional, reducible a un conjunto de sistemas o funciones orgánicas. De hecho, es aceptar que muchos de los procesos de la “naturaleza” y en los “humanos” no son orgánicos en lo absoluto.

 

Las formas de vida consisten en todo tipo de estructuras que no son muy orgánicas, al igual que hay formas textuales extrañas que no encajan en el proscrito del organicismo. Los humanos siguen tratando de distinguir rigurosamente entre lo vivo y lo maquínico […] El Darwinismo y la genómica son muy malas noticias para esta ansiedad, ya que demuestran que no sólo es insostenible la distinción, sino que la vida como tal es un funcionamiento algorítmico y mecánico, y lo que llamamos “vida” y “conciencia” son efectos emergentes de más procesos fundamentales similares a máquinas.[9]

                       

La ausencia de fondo ambiental, climático o natural, sobre el cual fijar la noción de lo humano nos permite abrir las interacciones y reconocer fracturas en lo humano mismo. Destruye toda pretensión de entendimiento unidireccional o dialectico (la naturaleza vs el hombre), puesto que todo dualismo es insostenible ante la fractalidad de interacciones que nos permean. Ni siquiera hay un tal “otro” sostenible (pues no hay un sí mismo que se le oponga), sólo una acumulación y yuxtaposición de formas y signos que interactúan, entre hendiduras y espacios.

 

¿A un huracán “inesperado”, un nuevo gobierno “sustentable”?

Como es sabido, Yucatán, al igual que toda la región del Caribe, es un estado situado en zona de alto riesgo de huracanes. La temporada está enmarcada entre el mayo y noviembre de cada año. Su regularidad podría dar lugar a políticas de prevención y reducción del riesgo a desastres; pero como señala el antropólogo Gabriel Angelótti parece que en el caso de Isidoro no fue así.

 

Ante el huracán Isidoro (2002), por ejemplo, las autoridades de Yucatán convocaron al Consejo Estatal de Protección Civil para declarar la alerta de protección la noche anterior al paso del huracán. Como puede suponerse, esta actitud tardía incidió en el nivel de la catástrofe y confundió a los ciudadanos. Esta manera de proceder a destiempo pudo ser producto del pronóstico erróneo que las autoridades elaboraron sobre la trayectoria del huracán: ellas creyeron que el ciclón transitaría por el canal de Yucatán rumbo al oeste alejándose del territorio yucateco. Tal era la confianza, que los diarios locales publicaron en sus primeras planas mapas que señalaban este recorrido hacia el oeste. Sin embargo, el desenlace fue fatal. Durante la madrugada, el huracán cambió de rumbo y a horas de la mañana transitó sobre la ciudad de Mérida. Para la mayoría de los yucatecos el huracán Isidoro fue una verdadera sorpresa para la cual no estaban preparados.[10]

 

Después de su paso lento por el estado, del 21 al 24 de septiembre, el estado quedó destrozado, las pérdidas estimadas según el gobierno alcanzaron 7,373 millones 200 mil 805.72 pesos mexicanos.[11] Entre los daños que más sobresalen es que la cuarta parte de la población del estado se encontró sin techo y con sus pertenencias inundadas.[12] Como es de esperarse, los sectores de bajos recursos (entre los que sobresale la costa por haber sido barrida), fueron los más afectados. En poco tiempo el gobierno activó su foco de alerta a la oportunidad de aparecer como el héroe, y de esta forma opacar su política económica que permite la perpetuación de la pobreza, la desigualdad y la vulnerabilidad ante los fenómenos climatológicos. Así, empleó el Fonden (Fondo de Desastres Naturales), con el que se construyeron los denominados “pie de casa” para los “yucatecos en desgracia” que quedaron “desprotegidos”.[13] El plan era sustituir las casas frágiles y deterioradas por otras resistentes y de mayor durabilidad; en otras palabras, cambiar las casas mayas por otras de cemento. Sin embargo, no observaron que en realidad las casas mayas son más resistentes, el diseño ovalado es aerodinámico y permite una mayor fluctuación del aire, mientras que los pies de casa tienen mayor peligro de derrumbe por su superficie plana; además, por estar hechas de cemento y de techo bajo, no permiten una adecuada circulación del aire y acumulan las temperaturas elevadas de la región.[14] Por parte, del gobierno hubo atención a los “daños” mayor registrados pero no hubo balance alguno de las necesidades particulares de los afectados. Una atención adecuada hubiera requerido un análisis en principio cualitativo y vinculado con las comunidades. Esto es una muestra de una política de simulacro, lo importante no es darles lo que necesitan sino crear la necesidad, dar lo que simbólicamente está preestablecido como “necesario” dada su cualidad de “vulnerabilidad”; así lo recuenta Angelótti:

 

En general, el pueblo sufrió daños importantes: voladuras de techos, árboles derribados, calles inundadas y algunas casas mayas quedaron inclinadas por la fuerza del viento. Para muchos vecinos este huracán no había sido tan fuerte como otros que les había tocado sufrir en el pasado, tales como Beulah (1967) y Gilberto (1988). Sin embargo, este huracán permitió lo que ninguno: que el gobierno se interesara por ellos y ayudara a construir casas de cemento. Algo impensado para los pobladores, quienes, desde siempre, habitaron  viviendas tradicionales mayas.[15]

 

El pie de casa es símbolo de avance, desarrollo, progreso, aunque en la emergencia de un huracán (peor o de la misma magnitud), en realidad es un perjuicio; pero lo que importa en esta post-política, no es el establecimiento de un cambio real, sino de una virtualidad. Tener una casa de cemento, constituye un sueño hecho realidad para estas familias; aunque eso implique hacer a un lado sus tradiciones; los acerca a la posibilidad de “crecer” como una persona de la ciudad, semejante a las que ven en sus televisores (que por supuesto no faltan en estas zonas aún de escasos recursos, al igual que la coca-cola). Y los obstáculos del  supuesto “apoyo” no acaban aquí. Para obtener una casa de cemento era fundamental y legitimo fragmentar a las comunidades: las casas mayas están construidas dentro del solar, una extensión de tierra compartida por otras casas, en las que desarrollan actividades fundamentales para su pervivencia (como el cultivo de vegetales o la cría de animales, para completar su dieta; además de áreas de lavado y cocina que son compartidas) así como para fortalecer el tejido social. Las casa del Fonden, en respeto al trazo de la calle, debía estar al frente, y para ser beneficiario tenías que ser el dueño del territorio; esto llevo a la división legal de los territorios (que antes eran compartidos entre vecinos) y, por lo tanto, a una fuerte ruptura del tejido social. Los pies de casa terminaron siendo usados como bodegas, dejándolos a renta o para que los hijos establezcan familias, lo cual aumenta el índice demográfico y al mismo tiempo su vulnerabilidad.[16]

            Tal parece que fue peor la cura que la enfermedad, tras el paso del huracán la urbanidad llegó a encerrar, fragmentar y a endeudar a los damnificados. Pero la imagen que el gobierno, con ayuda de los medios se construyó, fue la del benefactor. Este simulacro ayudó a remarcar o a construir la división hombre/naturaleza, individuo/comunidad, implantando la necesidad donde no había. Los “pies de casa” con toda su normalización jurídica es la instauración ideológica liberal pues tiene implícita el deseo de desarrollo y competencia individualista. En el paisaje rural ahora vemos una superposición kitsch, una casa maya al lado de un pie de casa, casas de madera, barro, paja y palma, al lado de bloques de cemento; por un lado, la simbiosis en la cotidianidad en casas adaptadas al entorno, y por el otro la negación total de lo exterior. Las casas construidas por el Fonden instauran el concepto de “externalidad infinita” del proyecto liberal.

            Así el aumento de la vulnerabilidad social, encubiertas por “casas nuevas y resistentes”, convienen para la construcción de un poder soberano. Ante el peligro de la Naturaleza, el Estado paternalista protege; finalmente con la caridad y la dependencia de la deuda y el crédito, se construye al pobre, pero se salva al individuo. No deberá extrañarnos que, en respuesta a esta actitud caritativa, se crea igual la esperanza de mejorar o de ser salvados; actitud íntimamente emparentada a los reclamos que el gobierno ya espera: mejores viviendas, mejor desarrollo urbano, apoyo para despensas, apoyos y más apoyos.

            Tal vez un seguimiento más cercano a las necesidades reales de las comunidades hubiera implementado nuevas formas de prevención, o incluso una mezcla y reconocimiento de la sabiduría maya, que lleva más de 1000 años en la región y sobresale por su interacción ecológica[17] resistente a los cambios climáticos.[18]

            Mientras, los análisis sobre las causas de que Isidoro entrara de manera “imprevista” son escasos, y las medidas para disminuir esa posibilidad son igual desatendidas. Los mayas, a pesar de ser una civilización pesquera, no solían posicionar sus ciudades principales en las costas, y como señalan las investigaciones, el crecimiento urbano en la costa de Yucatán fue consecuencia de la caída de la industria henequenera, cuyos desempleados emigraron a la costa dedicándose a la pesca para su subsistencia en primera instancia, posteriormente al comercio y más recientemente al turismo.[19] Este cambio no se dio de manera gradual ni controlada (a penas el siglo pasado) y ocasiona una cantidad incalculable de perjuicios ecológicos que afectan a la subsistencia de las propias comunidades: “la erosión de la isla de barrera, la intrusión de agua salina, la contaminación del manto freático y del acuífero edáfico (subterráneo), la afectación a la vegetación de los humedales, la perdida de la biodiversidad y la problemática social asociada con la sobreexplotación de los recursos pesqueros”.[20] La erosión en particular y el establecimiento urbano en la costa en general facilitan la entrada a huracanes, pues elimina la flora marítima que podría disminuir la entrada de estos fenómenos, por el contrario se construyen carreteras más amplias, para facilitar la estancia del turista.[21]

            Pero la decisión de “mejora” parece increíble, en el Plan de Desarrollo Estatal 2012-2018 Yucatán, “un instrumento de gobierno construido sumando la voz de todos los ciudadanos”,[22] se perfila una deforestación y erosión masiva, propuesto, claro, como una inversión en “infraestructura urbana sustentable”. Como parte de las estrategias para “Incrementar la conectividad entre las regiones del estado”[23] vemos: “Fortalecer la conectividad con Puerto Progreso mediante vialidades de acceso e inversión en infraestructura vial”/ que puede verse como un mayor aumento en la erosión del suelo y de la costa, deforestación de la fauna marítima y mayor estancamiento en la ciénega; “Modernizar los diversos puertos de altura en el estado que permitan la captación de embarcaciones de mayor calado y mejorar la competitividad de movimientos de carga y pasajeros marítimos.”/que equivale a mayor contaminación del mar, así como una mayor erosión costera, que permite en una marejada más amplia para que un huracán pueda aumentar de potencia. El plan se perfila hacia un mayor beneficio a los turistas y para facilitar la explotación de la naturaleza.

            La noción de “desarrollo” es la sustitución de una palabra (ya no muy escuchada últimamente), que viene de nuestros fantasmas de la modernidad en el siglo XIX: el “progreso”. Por otro lado, vemos repetirse constantemente el vocablo “sustentable”, que resuena por su implícita  “responsabilidad” por un lado económica y ecológica, aunque con la primera sea más de manera denotativa que con la segunda que es connotativa. A pesar de que el actual gobierno es reconocido por su política abiertamente ecológica, no deja de ser pertinente señalar que en realidad sus intereses están perfilados por una corriente liberal y esto es observable en su discurso que aún mantienen una relación binominal con la “naturaleza”, factible de ser dominada por la tecnología del hombre:

 

Debemos ampliar y consolidar los sistemas de áreas naturales protegidas, apostar por la reforestación y proteger nuestros cenotes y biodiversidad. Son muchos los servicios que el medio ambiente nos da a toda la comunidad; y también el desarrollo tecnológico y el avance científico sin duda les dará aún más valor. Perder biodiversidad, perder nichos ecológicos por falta de atención, puede representar perder riqueza y oportunidades de desarrollo muy valiosas para futuras generaciones.[24]

 

El medio ambiente no da servicios, no nos provee de nada porque no es una entidad en sí, mucho menos con voluntad, así mismo no tiene valor más que el otorgado por el humano como objeto; atesorar la naturaleza como un bien material es lo mismo que hacerlo un producto acumulable y consumible, es hacer tabula rasa de las miles de interacciones que en realidad pasan y son necesarias en su maquinismo; pues no es como que la tecnología, como producto agregado, favorezca lo que ya de por sí sucede en las interacciones que se dan en el ambiente. La sobrevaloración en la tecnología muestra el completo simulacro de postura ecológica sobre la que se sustenta; la “riqueza” y la “oportunidad de desarrollo” en la “biodiversidad” y “nichos ecológicos” sigue siendo el deseo de dominio y consumo capitalista sobre un territorio que nunca le ha pertenecido.

            Mientras nosotros, los individuos acomodados desde nacimiento en este sistema, probablemente saldremos a seguir explorando la riqueza natural de Yucatán; rica en flora y fauna, con sus ruinas y cenotes. Nuestros sueños permanecerán cubiertos por esa espera infinita a que “no pasará nada, seguirá todo igual”.  En la actualidad el crecimiento urbano de Mérida parece estar llegando (o ya pasó hace tiempo, ¿quién puede medirlo?) a la hipertrofia, no sólo a lo ancho sino a lo alto, como si los huracanes no hubiesen pasado, o como si no volvieran a pasar. Los huracanes (como los territorios fuera de la ciudad) en realidad son parte de nuestra externalidad infinita, aquella presencia que olvidamos, y sobre la que desechamos toda nuestra basura y destrucción, y creemos que es infinita y que seguirá; olvidamos que esa externalidad es una ilusión; debiéramos pensar que los huracanes están aquí y vienen con más fuerza. Pero lamentablemente se sigue perpetuando el deseo liberal que ya mencionaba Clark, la posibilidad de un movimiento libre y perpetuo, “ir a donde quieras y cuando quieras” entre las calles anchas, aunque lo que finalmente transite por ellas sólo sea el viento, las lluvias y más huracanes último modelo.

 

 

 

Referencias

Angelotti Pasteur, Gabriel, “Acciones gubernamentales frente a los desastres provocados por fenómenos hidrometeorológicos en México” en Gestión y ambiente, vol. 17, num. 2, Medellín, Universidad Nacional de Colombia, diciembre, 2014, pp. 69-83.

_______“Reconstrucción ante el desastre: continuidad y vulnerabilidad social tras del programa de vivienda Fonden en Yucatán” en Cecilia Lara y Violeta Guzmán (eds.), Y seguimos aquí. Persistencia y cambio social en Yucatán, Merida, Universidad Autónoma de Yucatán, pp.165-189.

Boudrillard, Jean, La ilusión vital, Trad. Alberto Jiménez Rioja, Madrid, Siglo XXI, 2010, pp.94.

Clark, Timothy, “Towars A Deconstructive Enviromental Criticism”, Oxford Literary Review, 30.1, pp. 45-68.

Gobierno del Estado de Yucatán 2003, “Anexos Hurcán Isidoror”, Tablas Anexas, Segundo informe de Gobierno del Estado de Yucatán, Yucatán, México.

Gobierno del Estado de Yucatán 2012-2018, Plan Estatal de Desarrollo 2012-2018 Yucatán, Mérida, 2013, pp.318.

_______ <www.yucatán.gob.mx/gobierno/peb.php> (consultado a 10 de abril de 2017)

Guzmán Noh, Gertrudis y Rodríguez Esteves, Juan Manuel, “Elementos de la vulnerabilidad ante huracanes, Impacto del huracán Isidoro en Chabihau, Yobain, Yucatán.”, en Política y Culura, primavera 2016, num. 45, pp. 183-210.

Michel Houellebecq, “Aproximaciones al desarraigo” en Michel Huellebecq, El mundo como supermercado, Trad. Encarna Castejón, Barcelona, Anagrama, 2000, pp.51-72.

Morton, Timothy, “Ecology as Text, Text as Ecology”, The Oxford Literary Review, 32.1, 2010. 1-17.

 

 


[1] Este vocablo, en relación al estado y su capital, incluso para mí, como habitante, no deja de sonar extraño, dado que siempre los que nos visitan dicen “es tan tranquilo aquí, verdad”.

[2] Traducción propia. Clark, Timothy, “Towars A Deconstructive Enviromental Criticism”, Oxford Literary Review, 30.1, pp.45-46.

[3] Ibid., pp. 48-49.

[4] Ibid., p.49

[5] Apunto aquí a lo que ya señalaba Michel Houellebecq, a finales del siglo pasado, en “Aproximaciones al desarraigo” en Michel Huellebecq, El mundo como supermercado, Trad. Encarna Castejón, Barcelona, Anagrama, 2000, pp.51-72

[6] Ibid., pp.55-56

[7] Boudrillard, Jean, La ilusión vital, Trad. Alberto Jiménez Rioja, Madrid, Siglo XXI, 2010, pp.53-56.

[8] Morton, Timothy, “Ecology as Text, Text as Ecology”, The Oxford Literary Review, 32.1, 2010. P.1

[9] Ibid., p. 7

[10] Angelotti Pasteur, Gabriel, “Acciones gubernamentales frente a los desastres provocados por fenómenos hidrometeorológicos en México” en Gestión y ambiente, vol. 17, núm. 2, Medellín, Universidad Nacional de Colombia, diciembre, 2014, pp. 73-74. En el artículo se muestran la trayectoria publicada contrapuesta a la trayectoria que pasó. Yo inclusive me encontraba en el cine con mi familia una noche antes, realmente pensamos que no pasaría, y como es de esperarse no hay mención directa a la confusión en el informe de gobierno, ver “Anexos Hurcán Isidoror”, Segundo informe de Gobierno del Estado de Yucatán, 2003, p.3-4.

[11] “Anexos Huracán Isidoro” op.cit., p.40.

[12] Ibid., p.20.

[13] Ibid., p.21

[14] Para una comparación de las casas mayas con los pies de casa ver: Angelotti Pasteur, Gabriel, “Acciones gubernamentales frente a los desastres provocados por fenómenos hidrometeorológicos en México”, op.cit., p. 77-79, y Angelotti Pasteur, Gabriel “Reconstrucción ante el desastre: continuidad y vulnerabilidad social tras del programa de vivienda Fonden en Yucatán” en Cecilia Lara y Violeta Guzmán (eds.), Y seguimos aquí. Persistencia y cambio social en Yucatán, Merida, Universidad Autónoma de Yucatán, pp. 176-181.

[15] Angelotti Pasteur, Gabriel “Reconstrucción ante el desastre: continuidad y vulnerabilidad social tras del programa de vivienda Fonden en Yucatán”, op.cit., p.175

[16] Eso sin mencionar que mucha familias quedaron endeudadas, puesto que el pago de materiales extras para las casas, no corría por de parte del gobierno, sino que se facilitaba por medio de préstamos, ver Ibid., p.176-184.

[17] Ibid., p.176-177.

[18] Sobre la adaptación de los mayas en épocas precolombinas ver Guzmán Noh, Gertrudis y Rodríguez Esteves, Juan Manuel, “Elementos de la vulnerabilidad ante huracanes, Impacto del huracán Isidoro en Chabihau, Yobain, Yucatán.”, en Política y Cultura, primavera 2016, núm. 45, pp.183-210.

[19] Ibid., 189-197

[20] Ibid., p.195.

[21] Ver Gobierno del Estado de Yucatán 2012-2018, Plan Estatal de Desarrollo 2012-2018 Yucatán, Mérida, 2013.

[22] Gobierno del Estado de Yucatán 2012-218 <www.yucatán.gob.mx/gobierno/peb.php> (consultado a 10 de abril de 2017).

[23] Gobierno del Estado de Yucatán 2012-2018, op.cit., p.187.

[24] Negritas mías, Ibid., p.21

 

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