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Page history last edited by Gabriela Mendez Cota 7 years, 3 months ago

 

XXI Coloquio Internacional En suma, la lepra

17, Instituto de Estudios Críticos

28 de junio de 2016, en el Aula Magna del Centro Nacional de las Artes

 

Cambio climático: la barbarie por venir

 

por Gabriela Méndez Cota 

 

Quiero compartir con ustedes mi visión, muy a tientas, de un área relativamente nueva del Instituto que es el área de Estudios Críticos del Medio Ambiente. Acepté coordinar esta área porque mis investigaciones previas me han llevado a interrogar justamente ese concepto, el del medio ambiente. Me han llevado por la vía de interrogar, en primer término, el concepto de naturaleza y lo que invocar la naturaleza puede implicar hoy en día. En el camino de esta interrogación me he encontrado con una muy reciente explosión de discursos que, particularmente en el mundo anglosajón, brotan sin parar desde el cruce entre filosofía y literatura. Sobra decir que en este cruce hay poco de natural y de naturaleza. Lo interesante es que después de muchos años de “desconstruir” el concepto de naturaleza la teoría literaria contemporánea anglosajona está respondiendo con notable energía a la catástrofe ambiental que constituye nuestro presente, y que amenaza con cancelar nuestro futuro.

 

Estos discursos abordan ya no una crisis ecológica que pueda ser representada de la manera habitual, digamos con imágenes de desertificación, de contaminación de ríos y mares, del smog en las ciudades, de luchas por la protección de las ballenas o de las tortugas, o de activismos socioambientales en contra de las trasnacionales depredadoras de los territorios. Sin subestimar los problemas que pretenden abordar estos activismos y sus representaciones de una naturaleza agraviada, los discursos críticos a los que me refiero se orientan más bien a lo irrepresentable, a lo irreversible, a lo que no se puede remediar ni compensar de las maneras ordinarias que nos permite imaginar nuestra conciencia. La crisis que abordan estos discursos es la crisis final, o mejor dicho la realidad de un futuro en desaparición.

 

Respecto al cambio climático, el consenso científico es, como todos ustedes saben, que el planeta se está calentando muy rápidamente a consecuencia de la economía industrial globalizada, y en particular de la emisión de gases de efecto invernadero derivados de la quema de combustibles fósiles. Aunque tanto las emisiones como la temperatura se han disparado en los últimos treinta años, ni siquiera un alto total a las emisiones podría a estas alturas frenar los procesos que se han desatado a la estela de tres siglos de revolución industrial. En el remoto caso de que así sucediera, el planeta seguiría calentándose por al menos un siglo más. Peor aún, resulta que la actividad industrial ha alterado los mecanismos de autorregulación de la atmósfera de tal manera que nos encontramos ahora ante un sistema planetario distinto del que conoce la ciencia.

 

El asunto del deshielo del polo norte es el ejemplo típico de esto. Mientras más hielo se derrite, más radiación solar absorbe el océano que queda al descubierto, lo cual a su vez causa el avance del deshielo y el aumento de temperatura global. Mientras más aumenta la temperatura, más impredecible se torna el el clima, pero según las especulaciones científicas, lo que suceda después de cierto umbral, un umbral que posiblemente ya hemos atravesado, no tendrá precedentes en la historia de la humanidad. En la historia del planeta sí, pero en la historia de la humanidad no. Esto es algo que ya no podemos detener. Estamos atrapados en un conjunto de procesos no lineales cuyas consecuencias son incalculables. En el mejor de los casos los cambios serán graduales. Pero también existe la posibilidad de que sean abruptos, y de una magnitud tal que la humanidad sea incapaz de adaptarse a ellos.

 

La alta probabilidad de que el cambio climático sea irreversible y de que traiga consigo ni más ni menos que la extinción la vida tal y como la conocemos sugiere que “la naturaleza” ya no es un concepto que podamos idealizar, desconstruir o defender. Ya no es un concepto sino algo incalculable que retorna hoy con toda la fuerza de lo reprimido a lo largo de 10,000 años de “historia universal”. No más una fuente pasiva de recursos infinitos, no más un organismo benevolente ni un sistema en equilibrio, la naturaleza se revela hoy como lo que siempre fue: un suelo inestable, un conjunto de procesos materiales tan necesarios para la vida como indiferentes ella. Voy entonces a los discursos a los que me referí antes. Tom Cohen y Claire Colebrook son los editores de una serie de libros llamada Cambio Climático Crítico. Ellos probablemente nos visitarán este año y el siguiente, cuando haremos un coloquio justamente sobre “el cambio climático crítico”. Ellos explican que

 

El cambio climático crítico se orienta hacia las mutaciones epistémico-políticas que corresponden a las temporalidades de la mutación terrestre (Cohen y Colebrook).

 

En otras palabras, ¿qué sigue al darnos cuenta no solo de que desde una perspectiva geológica, la temporalidad humana ha constituido una aberración irrisoria, sino de que el único horizonte realmente disponible para nosotros ahora es el de un futuro en proceso de desaparición? ¿Qué implicaciones tendría para nosotros, incluidos los teóricos y críticos y psicoanalistas, reconocer la complicidad originaria y sistemática de nuestras narrativas políticas y filosóficas con la extinción de la vida en el planeta? ¿Cómo detener el automatismo ecocida de nuestras vidas industrializadas para confrontar activamente la barbarie por venir?

 

El cambio climático se ha convertido en un magneto para el relanzamiento de ideologías sobre el poderío humano. Somos partícipes de tales narrativas ideológicas al asumir que tenemos tiempo de rectificar, deliberar y alcanzar acuerdos, que de esta manera se solucionarán los problemas actuales y que las siguientes generaciones a su vez tendrán a su vez tiempo y posibilidades de actuar frente a las consecuencias de una trayectoria ecocida.

 

En su libro perteneciente a esta colección de cambio climático crítico Isabelle Stengers caracteriza la barbarie no como la otredad de la civilización, sino como la guerra, la violencia y la segregación que han marcado la historia y las acciones de la civilización. Y en su libro “Trópico de Caos: Cambio Climático y la nueva geografía de la violencia”, Christian Parenti habla de una convergencia catastrófica de pobreza, violencia y cambio climático. La idea es que la crisis climática se cruza con todas las demás crisis del mundo globalizado y las magnifica. Es decir que no se añade a ellas simplemente sino que las profundiza, las acelera y las empuja hacia un callejón sin salida. Es un callejón sin salida por dos motivos: porque no hay poder humano que pueda detener los procesos geológicos que se han desatado y porque no hay capacidad institucional para implantar, de manera oportuna y eficaz, programas de mitigación o de adaptación al cambio climático. La relación entre sociedad y estado, que ya tiene el carácter de conflicto a causa del militarismo y el neoliberalismo de los últimos 40 años, no promete nada frente a la magnitud de los desastres que no se avecinan sino que ya empezaron a suceder. Esto es especialmente así en los trópicos, que es donde el sol pega más fuerte, donde afectará de manera más directa la subsistencia de los habitantes y donde el neoliberalismo ha cortado de tajo cualquier posibilidad de relación constructiva entre estado y sociedad. Las perspectivas son tremendas: no un gran tsunami sino una mayor descomposición social, más profunda y acelerada, de la que ya estamos siendo testigos. En efecto, el cambio climático agravará la violencia sobre todo en el trópico, del que somos parte, menos que se reviertan las políticas económicas que nos tienen secuestrados. Son políticas económicas que favorecen una respuesta segregacionista al desplazamiento masivo de personas y especies, una respuesta xenófoba y genocida. En su libro Parenti documenta esta realidad aludiendo a documentos del Pentágono y otros organismos del complejo militar-industrial, en los que parece haber ya un plan para lidiar con un mundo post-apocalíptico. Parenti habla de un “fascismo climático” basado en la segregación, la represión y de modo todavía más preocupante, en una contrainsurgencia activa. No les voy a contar todo el libro de Parenti, que es entre otras cosas un libro de historia. Solamente me quedo con un planteamiento que nos convoca aquí de manera urgente. No hay más tiempo. No hay vuelta atrás. El único plan gubernamental es el de la contrainsurgencia, que como Parenti documenta, es un plan de destrucción de la sociedad. Es lo que ha padecido el trópico a lo largo de décadas y lo que hemos padecido en México durante los últimos diez años.

 

Lo que quiero poner sobre la mesa, a manera de una propuesta de visión para el área de estudios críticos del medio ambiente, es que la barbarie por venir no es (como tampoco lo es el clima) una cuestión meramente técnica, que pueda ser resuelta por expertos. A diferencia de las disciplinas científicas (naturales o sociales) que concentran su atención en realidades supuestamente objetivas, los estudios críticos ponen en primer plano la dimensión subjetiva y el sustrato libidinal de la vida social en su conjunto. Partiendo de los huecos en el saber y otorgando una importancia rigurosa a las paradojas que estructuran la formación de vínculos sociales, los estudios críticos se dirigen hacia el desplazamiento productivo de las presuposiciones más arraigadas en los discursos y prácticas dominantes de la contemporaneidad. Mientras que las aproximaciones dominantes se concentran en la transmisión de información científica y en recomendar medidas de “sustentabilidad”, los estudios críticos buscan cuestionar radicalmente la implicación de las narrativas político culturales más íntimas, incluyendo ahí los sueños de progreso humano y emancipación a las que nos aferramos melancólicamente en tiempos de dictadura neoliberal.

 

 

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