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Time and history in poetic sense

Page history last edited by Gabriela Mendez Cota 2 years, 11 months ago

Capítulo: 2. A Catastrophe of Time: Hispanic Inflections

 

Time and history in poetic sense

Fernanda Rodríguez  

  1.  Olvido y tiempo

 

26 de abril de 1986, operadores y técnicos de la Central nuclear Vladimír Ilich Lenin (mejor conocida como la Central nuclear de Chernóbil) se preparan para comenzar una prueba en el reactor 4. La reducción del voltaje en el reactor, perfectamente planeada y calculada, no obstante, disminuyó más de lo previsto; la situación queda fuera de control. La prueba, ahora se sabe, terminó por convertirse en uno de los mayores desastres medioambientales. En ese momento, sin embargo, nadie lo advertiría (y los pocos que lo harían no imaginaban el alcance de lo que sucedería). Así, mientras los bomberos, los ingenieros, los científicos y las autoridades trataban de amortiguar los daños ocasionados por la explosión y los médicos lidiaban con los que fueron afectados de manera inmediata, Michael Marder, apenas siendo un niño, viajaba en un tren hacia Anapa, una ciudad al sur de Rusia situada en la costa del mar Negro, donde sufriría grandes dosis de radiación.

 

Dos años antes, en enero de 1984, la Comisión Nacional de Seguridad Nuclear y Salvaguardias encontraría una camioneta abandonada en Ciudad Juárez (México) que emitía altos niveles de radiación. El vehículo en cuestión había servido de transporte para vender de chatarra lo que antes fuera una unidad de radioterapia adquirida por el Centro Médico de Especialidades de Ciudad Juárez, pero que —a causa de su desuso por no contar con un personal capacitado para que la operara había quedado arrumbada en el olvido. Una vez recuperada para ser nuevamente abandonada (en esta ocasión en un depósito de chatarra), la unidad médica, descompuesta en distintos pedazos, mezclaría los gránulos de cobalto-60 que uno de sus cilindros (ahora perforado) buscaba [FR1] contener con el resto de metales que día tras día camiones, grúas y otras maquinarias se encargaría de desechar, remover y recoger. De este modo, la camioneta encontrada por la CNSNS tan sólo sería una de las muchas otras fuentes de radioactividad de las que se tendría noticia ese año. Los metales que en algún momento estuvieron en el depósito de chatarra y que se mezclaron con la antigua unidad de radioterapia se convertirían en varillas y material de construcción que después serían exportados y transportados por otros vehículos a Estados Unidos y al interior de México para levantar los cimientos de numerosas edificaciones que servirían de refugio a sus futuros habitantes.[1]

 

Así, durante un largo tiempo y sin advertirlo, la energía radioactiva se extendería silenciosamente por territorio mexicano y estadounidense tal y como sucedería los siguientes años al otro lado del Atlántico a partir del accidente de Chernóbil donde la radiación recorrería los rincones más insospechados. El tiempo por venir permanecerá de este modo imperceptible, oculto, fluyendo en la sombra del olvido. En comparación con lo que vendría, la prueba fallida en Chernóbil o la unidad médica abandonada no serán más que dos hechos fútiles que indiquen en su mutismo la puesta en marcha de un acontecimiento sin retorno. Treinta años después de estar recostado en la cama de uno de los vagones del tren que lo llevaría a Anapa aquel abril de 1986, Marder afirmará

 

Ese es el verdadero significado de un acontecimiento: ocurre sin que nos despertemos por él, es decir, sucede como si no hubiera sucedido, confinado a la cosa misma, en la cosa misma, que sin embargo nos incluye, nos envuelve, nos agrupa en su asamblea, sin preguntarnos si deseamos ser incluidos. Las nubes de lluvia radiactiva de Chernobyl y la información oficial sobre el incidente, una como un espejo distorsionado de la otra, aún no nos han llegado y no lo harán hasta dentro de algunos días. Pero el acontecimiento está en marcha. Nos alcanzará, antes de que tengamos la oportunidad de alcanzarlo, si es que lo hacemos. Mientras tanto, la vida seguirá su curso ‘normal’”[2].

 

Pero aún nosotras, inquiriendo por la temporalidad propia de un acontecimiento, podríamos añadir que ése es su verdadero tiempo: ocurre sin que siquiera nos percatemos de ello. Sin poder anticiparlo (pues sucede como si no sucediera, sucede sin esperarlo) ni alcanzarlo (pues, en el momento en que queremos atraparlo, éste se nos escapa), lo único que nos quedará de él es el polvo que va levantando su paso[FR2] , envolviéndonos y arrastrándonos en su curso aún sin que lo sepamos o lo queramos. Kairós, el dios del tiempo oportuno, ha perdido su último mechón y se ha quedado completamente calvo. Para cuando tenemos noticia de un acontecimiento, éste ya ha sucedido, y sólo nos queda ver, desde la distancia, su marcha, sintiendo en el presente y en la proximidad la estelaque deja a su paso. El olvido, de esta manera, no es más que la sombra desde la que se expresa tal fulgor. El tiempo de un acontecimiento se entreteje desde el olvido, y el olvido sólo retorna para mostrarnos en sus ruinas el paso del tiempo.[3] Parafraseando a Marguerite Duras, muy pronto nos da(re)mos cuenta de que ya es demasiado tarde.

 

     2. Ruina y tiempo[FR3] 

Lo arruinado lo está por el “transcurrir del tiempo”. Pero ¿qué es ese algo arruinado? algo, ¿el qué?

Algo que nunca fue enteramente visible; la ruina guarda la huella de algo que

aun cuando el edificio estaba intacto no aparecía en su entera plenitud.

María Zambrano, El hombre y lo divino

 

Por sus efectos perceptibles, sobre todo, visibles, el Bosque rojo es probablemente uno de los fenómenos que más ha cautivado la atención de científicos, pensadores, artistas, y poetas. No es para menos. Después de la explosión en Chernóbil, el bosque que rodeaba a la central nuclear ponía de manifiesto algo hasta entonces inaudito: el curso biológico, al que toda vida orgánica está sujeto, quedó en entredicho; aquel transitar que va de la vida a la muerte para, nuevamente, retornar a la vida parecía haber quedado interrumpido. Los árboles (pero también otros vivientes) que habitaban en la zona son el testimonio viviente[FR4]  de este ciclo en suspenso. La tonalidad rojiza que cobraron tras el accidente no es sólo la expresión de su acelerado perecimiento, sino que, además, esa vida orgánica no está pereciendo como esperaríamos que lo hiciera. Aparentemente, su proceso de descomposición ha quedado cancelado. ¿Qué es lo que está sucediendo para que toda esta vida, ahora muerta, no pueda terminar de morir? Desde el punto de vista científico, la explicación es, hasta cierto punto, sencilla. De acuerdo con nuevos descubrimientos, los organismos descomponedores (como lo son algunos tipos de insectos, microbios, varias especies del reino fungi y algunos otros microorganismos) no fueron la excepción a los efectos radioactivos: también ellos terminaron por contaminarse, lo cual afectó inevitablemente a su capacidad de llevar a cabo el proceso de desintegración [FR5] de otros organismos después de su muerte.[4] Sin embargo, aunque estos descubrimientos puedan explicarnos de forma más o menos clara lo que sucede con estos ecosistemas, lo cierto es que no sucede lo mismo con nuestra comprensión del tiempo y de los ciclos vitales.

 

A partir de este hecho, por lo demás extraordinario, podemos darnos cuenta de que el Bosque rojo ya no sólo designa la zona que, por su proximidad, fue la más visiblemente afectada, sino que se convierte asimismo en un lugar del pensamiento que nos posibilita cuestionarnos sobre el transcurrir del tiempo (y, con ello, el transcurrir de la vida y la muerte). The Chernobyl Herbarium. Fragments of an Exploded Consciusness —nos dice Marder en algún momento— es un intento por “pelear contra la indiferencia nihilista […] mediante un esfuerzo concertado de seleccionar, ordenar y exponer las trazas de la catástrofe para el pasado y para el futuro, como una conmemoración y una advertencia”[5]. En ese sentido, el concepto de ruina será fundamental para comenzar con esta reflexión y este esfuerzo al que nos convoca Marder. Sólo así, recolectando y pro-curando estas ruinas de la catástrofe (sin importar ahora si son un producto natural o de la actividad humana, algo que discutiremos más adelante), podemos “darles lo que les corresponde, rescatarlas de las olas del olvido, transfigurar la exposición radioactiva mortífera que han soportado en una exposición estética”[6] que reconozca en ellas el testimonio de su historia así como de su decadencia. Lo que nos compete ahora, por consiguiente, es dilucidar en qué sentido podemos comprender a estos restos orgánicos y geológicos como ruinas y testimonios de la historia.

 

María Zambrano, pensadora y poeta malagueña, reconocía a las ruinas como el objeto por excelencia para pensar a la historia. Para ella, lo histórico no son los hechos convocados en la pureza o integridad de su pasado, sino que lo propiamente histórico es “la visión de los hechos en su supervivencia, […] lo que de ellos ha quedado: su ruina. Las ruinas son lo más viviente de la historia, pues sólo vive históricamente lo que ha sobrevivido a su destrucción”[7]. Indudablemente, esta primera característica, la sobrevivencia a su propia destrucción, corresponde con la situación que ahora padecen estos restos. El estado (im)perecedero de los árboles caídos en el bosque rojo es prueba de una vida que sobrevivió a su propio cataclismo. Si las ruinas son aquellos restos que sobreviven al pasado, después de Chernóbil ¿cómo podemos pensar en los cuerpos que resistieron a su inminente destrucción?

 

Ahora bien, un segundo rasgo que caracteriza a las ruinas, según María Zambrano, es que éstas funcionan como un lugar sagrado, pues “encarna la ligazón inexorable de la vida con la muerte; el abatimiento de lo que el hombre orgullosamente ha edificado, vencido ya, y la supervivencia de aquello que no pudo alcanzar en la edificación”[8]. En este caso, el carácter ruinoso de los restos orgánico y geológicos ya no es tan sencillo de identificar. La metáfora arquitectónica (propia del mundo humano) de la que parte la filósofa malagueña es principalmente el mayor problema. La edificación, así como la arquitectura, corresponde completamente a un registro humano (incluso, en ciertos casos, puede que hasta divino), pero nunca al registro natural. Esta división entre el mundo humano y el mundo natural en el pensamiento de Zambrano se hace todavía más patente cuando afirma que “No hay ruina sin vida vegetal; sin yedra, musgo o jaramago que brote en la rendija de la piedra, confundida con el lagarto, como un delirio de la vida que nace de la muerte. La ruina nítidamente conservada, aislada de la vida, adquiere un carácter monstruoso; ha perdido toda su significación y sólo muestra la incuria o algo peor […]. Sólo el abandono y la vida vegetal naciendo al par de la piedra y de la tierra que la rodea, abrazándola, invitándola a hundirse en ella dejando su fatiga, hace que la ruina sea lo que ha de ser: un lugar sagrado”[9]. No obstante, antes de desechar el pensamiento zambraneano y renunciar al concepto de ruina, es preciso que, más bien, partamos de las condiciones que impone el propio Bosque rojo para tratar de comprender cómo estas interpelan, cruzan y transforman a la ruina.

 

[CONTINUARÁ…]

 

  1.  Nostalgia del pasado, nostalgia del futuro

“We are not at home in the world after Chernobyl with its toxic mix of genocidal history and environmental destruction.  Instead of being the masters of our milieu, we are lost on a planet transformed and mutilated as a consequence of human activity. Worse still, the internal compass, which was our consciousness, is shattered and no longer usable. We cannot even figure out whether we are lost at home or outside it” (fragment 19)[FR6] 

 

 


[1] https://intervission.com/la-terrible-anecdota-de-las-casas-radiactivas-en-mexico/

[2] Fragment 1: Train station

[3] Chance meter aquí la nota de Sandra L con todos los accidentes nucleares con el recuento de sus secuelas.

[4] https://www.smithsonianmag.com/science-nature/forests-around-chernobyl-arent-decaying-properly-180950075/?no-ist

https://link.springer.com/article/10.1007/s00442-014-2908-8

[5] Fragmento 9

[6] Fragmento 9

[7] María Zambrano, El hombre y lo divino, 250-251

[8] María Zambrano, El hombre y lo divino, 254

[9] 254


 [FR1]Retorno del olvido// olvido que hace historia

 [FR2]son las secuelas que va dejando a su paso [FR2]

 [FR3]Título tentativo

Aquí incorporar la idea de testimonio y ruina, encuentro entre tiempo histórico y tiempo geológico, “tiempo ruinoso”.

Terminaría con la idea de los efectos ruinosos de la tecnología (fragmento 29)

 [FR4](viviente)

 [FR5]A su capacidad de desintegrar/descomponer a los otros organismos después de su muerte

 [FR6]Éste es el siguiente punto que me gustaría desarrollar una vez que acabe el segundo.

 

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